JUGANDO CON LAS PIEDRAS

  

En un lugar muy lejano, llamado América del sur, en la costa de un hermoso mar, cuatro niños  pescaban para obtener el alimento diario para la familia. Jugaban con el agua y se divertían juntando caracoles y piedras que traían las olas. Tenían casi la misma edad, pero las alturas eran muy diferentes. Dos de ellos, altos y de pies grandes, otro delgado, de tez amarillenta y el último de pequeña estatura. No hablaban el mismo idioma pero corrían la misma suerte. Eran hijos de esclavos, de esos que llegaban encadenados en galeones españoles o de los que bajaban mobiliarios de regiones remotas. Algunas familias venían a ocupar el lugar en grandes haciendas y también los esclavizaban. Vivían en Lima, Perú, en unas de las tantas barracas, que los albergaban, cerca de pequeños cerros. Iban a pescar en lugares en donde había guardias custodiando que nadie escapara. Hacían pozos con las manos y se escondían allí en caso de verse en peligro y permanecían hasta el anochecer. Un día, aterrados vieron atar y apalear a dos africanos.  Luego, los arrojaron al mar. Los niños de pies grandes también eran africanos y  lloraron desconsoladamente. Uno de ellos, dentro del pozo, hurgando palpó unas piedras y las guardó en el bolsillo. Siempre hacían eso para hacer pequeños montículos y jugar con ellas. Cuando decidieron salir de sus escondites, Jon, el mayor, observó las piedras encontradas y vio que eran transparentes con destellos rojizos. Sabía que los esclavos trabajaban hasta morir en búsqueda de ellas para los conquistadores y se las guardó, escondiéndolas entre el dedo mayor y el que continuaba, de cada pie. Retornaron a la barraca. El dolor que sentía al caminar era muy grande. Con el tiempo se fueron encastrando en la piel y pudo caminar mejor. Sabía que tenían mucho valor y se lo contó a su madre. Pensaba que podría entregársela a cualquiera de algún barco que le inspirara confianza para regresar a su tierra, los tres. Un día vieron que se iban acercando a la playa, los grandes galeones. Desde sus escondites, los cuatro amiguitos vieron bajar encadenados los esclavos y nuevamente en fila, fueron preparados para ser vendidos. Presenciaron subastas interminables de esclavos y muerte, pero inesperadamente, uno de los que viajaban en uno de los barcos, descendió en busca de los pescados que los niños habían dejado en la playa. Jon se dio cuenta enseguida que era del mismo lugar en que había nacido él. El niño, salió del escondite y le habló en su lengua originaria con total inocencia, le rogó, luego de entregarle los pescados, que deseaba que los llevara nuevamente al África con su madre y que se lo iba a pagar con piedras preciosas. Le respondió, que estaba de acuerdo, pero que al otro día, partían de regreso, prometiéndole tenerlos ocultos en un lugar del galeón. Llegaron a las barracas y los hermanitos le avisaron a su mamá que tenían que ir a esconderse cerca de los barcos, rápidamente. Por la mañana, muy temprano, en medio del peligro más grande, lograron subir y ser escondidos entre bultos con sogas. Jon, arrancó la piel, debajo de sus pies y le entregó los dos diamantes. Viajaron soportando tormentas, hambre y miedo indescriptible durante muchos meses, pudiendo regresar a su tierra para esconderse para siempre en la selva. Dicen que con el tiempo encontraron también a sus abuelitos y vivieron muy felices.


JUGANDO CON LAS PIEDRAS. Autora: Alcira Antonia Cufré

Buenos Aires, ARGENTINA

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